sábado, 21 de enero de 2012

Np_16/01/2013__________________

La crisis del “estar” traerá cambios globales de grandes proporciones

Estamos ante una crisis que es al mismo tiempo una crisis del “estar” y una crisis del “ser”.Una crisis del estar en cuanto afecta a las condiciones materiales de nuestra existencia y de la vida en el planeta, y una crisis del ser porque se relaciona estrechamente con nuestra naturaleza humana y nuestra forma de construir conocimiento y sentido. Es por todo esto por lo que al referirnos a nuestra época, podemos hablar de “crisis de civilización” como un cambio de gigantescas proporciones que no se reduce a límites continentales, ni se asemeja a las transiciones de siglo hasta ahora conocidas.


«…La globalización no sólo provoca su propia crisis. Su dinamismo acarrea crisis múltiples y variadas a escala planetaria. La crisis de la economía mundial aparecida en 2008 (…) la crisis ecológica (…) la crisis de las sociedades tradicionales (…) la crisis demográfica (…) la crisis urbana (…) la crisis del mundo rural (…) la crisis política (…) la crisis del desarrollo (…) la crisis de la humanidad que no logra acceder a la humanidad…»Edgar Morin, 2011.

En una conferencia pronunciada en septiembre de 2009 por el prestigioso y reconocido economista Manfred Max-Neef, Premio Nobel Alternativo de Economía, nos informaba de que en el mismo momento en que la la FAO (La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) anunciaba en octubre de 2008 que eran necesarios 30.000 millones de dólares anuales para acabar con el hambre en el mundo (FAO: 2008), la cantidad destinada por los bancos centrales de Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Canadá, Inglaterra y Suiza para rescatar a los bancos privados de la crisis financiera, ascendía a 17 billones (millones de millones) de dólares.

Una cantidad, que si la comparamos con los cálculos de la FAO, significaría garantizar un mundo sin hambre y desnutrición, al menos durante 600 años (Max-Neef, M.; 2009). Algo verdaderamente repugnante, escandaloso y criminal cuando sabemos también que los gastos militares en el mundo durante el periodo 2007-2011 ascendieron a 7’702 billones de dólares), unas cifras que escarnecidamente marcan un cruel hito histórico de inhumanidad, insolidaridad y ausencia de compasión.

Estamos pues ante una crisis que es al mismo tiempo una crisis del "estar" y una crisis del "ser". Una crisis del estar en cuanto afecta a las condiciones materiales de nuestra existencia y de la vida en el planeta, y una crisis del ser porque se relaciona estrechamente con nuestra naturaleza humana y nuestra forma de construir conocimiento y sentido.

Los datos confirman las peores previsiones

«Estamos en presencia de la crisis terminal de un patrón civilizatorio antropocéntrico, monocultural y patriarcal, de crecimiento sin fin y de guerra sistemática contra las condiciones que hacen posible la vida en el planeta Tierra. La civilización de dominio científico tecnológico sobre el conjunto de la llamada “naturaleza”, que identifica el bienestar humano con la acumulación de objetos materiales y el crecimiento económico sin límite -que tiene al capitalismo como su máxima expresión histórica- está llegando al límite…», Edgardo Lander.


Hace ya casi dos décadas, concretamente en enero de 1995, J.R. Graham, presidente de una importante empresa estadounidense de gestión y marketing y nada sospechoso de izquierdismo, nos alertaba sobre las nuevas tendencias mundiales de empleo y actividad económica, tendencias que constituyen hoy los rasgos que caracterizan las condiciones materiales de existencia en las que viven las grandes mayorías de seres humanos del planeta.

Refiriéndose al comercio y la venta al pormenor, Graham señalaba que el pequeño comercio sería sustituido por la comercialización en masa de grandes establecimientos y cadenas de distribución y efectivamente así ha ocurrido. Las grandes empresas comerciales y multinacionales controlan absolutamente el mercado, de tal forma que no sólo deciden lo que debemos consumir, sino que imponen las condiciones de compra a los productores, someten a sus trabajadores mediante contrataciones precarias y bajos salarios, al mismo tiempo que determinan los precios y la importancia de las mercancías.

Este es el caso por ejemplo de la empresa multinacional Wal-Mart, la compañía estadounidense de comercio minorista más grande del mundo que opera en quince países induciendo una competencia desleal con los pequeños comercios y provocando el desempleo, la pobreza y la dependencia económica, como así ha ocurrido por ejemplo en México, uno de los países con mayor presencia de Wal-Mart en todo el mundo.

En relación al empleo, Graham profetizaba que habría una reducción de personal continuada en todos los sectores económicos y que los despidos masivos se irían produciendo de forma regular cada cierto tiempo, algo de viva y descarnada actualidad en Europa en la que el desempleo, para los 17 países de la zona euro, se situó el pasado mes de marzo de 2012 en el 10,9 %, un nivel récord que supone en cifras brutas un total de 24.772.000 personas en la Europa de los 27 y que para España en abril del año 2012, significa el desgraciado record de ostentar la cifra más alta de toda su historia, con un 24,1 % con un total de 5.636.500 desempleados siendo el número de hogares con todos sus miembros activos en desempleo de 1.728.400.

Graham también apuntaba que la sociedad cambiaría de configuración, de forma que las clases medias disminuirían, aumentando al mismo tiempo las clases populares de bajos ingresos, detallando que aproximadamente el 30% de la población se encontraría a nivel de subsistencia, fruto de los empleos precarios y mal remunerados, situándose en la cumbre socioeconómica el 2% de la población constituida por los más ricos. Una profecía hecha realidad cuando constatamos que en España la renta disponible por persona cayó en términos reales cerca de un 9% entre 2007 y 2010 algo que no había sucedido en los últimos 25 años.

Por último, en el referenciado artículo de J.R. Graham, se profetizaba igualmente que los gobiernos irían reduciendo poco a poco los gastos sociales. Las coberturas sanitarias, educativas, de pensiones, etc., irían disminuyendo o cuando no, se irían privatizando obligando así a todas las personas a ser más ahorradoras en previsión de una seguridad para el futuro, con lo cual aumentarán considerablemente los fondos de pensiones y los beneficios de las empresas financieras.

Y nuevamente la realidad, casi veinte años más tarde de aquel esclarecedor artículo, ha venido a demostrarnos la exactitud de sus previsiones. Así hoy, bastaría con analizar brevemente cualquiera de los presupuestos generales del estado de países como España, Portugal, Italia, Irlanda o Grecia, para verificar como se ha producido un significativo retroceso de las conquistas sociales durante largos años conseguidas, que aunque no llegaron a ser nunca comparables a los niveles los países del norte de Europa, si al menos constituían un avance positivo hacia cotas de mayor bienestar social.

En definitiva, todos los ajustes y recortes económicos y de derechos sociales que se están produciendo en Europa, están afectando gravemente a las condiciones de vida de millones de ciudadanos, que no sólo se ven desposeídos de su trabajo sino que también son destinados a engrosar las capas de pobreza, unas capas que a su vez están más desprotegidas que nunca al haberse recortado y disminuido significativamente las garantías de protección antes de la crisis, es decir, los pobres ahora, no sólo son más en número, como así refleja el Informe FOESSA-Cáritas para España, sino que son más intensivamente pobres al haber disminuido las subvenciones a los servicios sociales, educativos y sanitarios.

 ¿Fin del Estado del Bienestar, final del Estado moderno?

De esta forma nos encaminamos a una situación en la que hay muchas probabilidades de que todo quedará privatizado y el Estado dejará de cumplir su función esencial de compensador de desigualdades y redistribuidor de la riqueza. Por diversos caminos estamos llegando a un descontrol y una flexibilización tal de las relaciones socioeconómicas y laborales que eternizará y aumentará considerablemente las difíciles condiciones de vida de las grandes mayorías del planeta.


 Seguirán disminuyendo velozmente los trabajos estables a jornada completa y aumentarán la precarización, el desempleo, el subempleo y el pluriempleo, todo en nombre de una flexibilización laboral universal que destruirá cualquier tipo de compromiso contractual basado en derechos laborales conquistados en largos y dolorosos procesos históricos. Y nuevamente las clases trabajadoras continuarán sufriendo, bajo diferentes y sutiles formas, inhumanos y crueles procedimientos de explotación, servidumbre y esclavitud, pero ahora en nombre de unos misteriosos mercados financieros que se han convertido en las al parecer incurables plagas y epidemias de la posmodernidad.

Mientras el cambio climático nos empuja hacia nuestra segunda crisis de precios de los alimentos en tres años, poco ha cambiado que sugiera que ahora el sistema mundial podrá gestionarla algo mejor. El poder continúa concentrado en manos de unos pocos egoístas…»

Todas las crisis una crisis

Todas las crisis están pues complejamente interrelacionadas como acertadamente nos señala Edgar Morin. Crisis económica y crisis alimentaria que vinculadas en su origen y efectos por un sistema productivo depredador e insostenible, provoca a su vez una crisis ecológica sin precedentes en la historia de nuestro pequeño planeta produciendo alteraciones irreversibles e irreparables en la vida y en la naturaleza. Así por ejemplo hoy sabemos que además del cambio climático, la pérdida de diversidad biológica y de suelos fértiles, el aumento de las desforestación y la contaminación de las aguas constituyen impactos tremendamente dolorosos para nuestro medio ambiente provocando sequías e inundaciones, así como costosas pérdidas de cosechas que junto a otros factores condenan a millones de personas a situaciones de penuria y miseria irreparables.

Estamos pues ante una crisis global que es al mismo tiempo económica y ecológica, pero sobre todo es también una crisis de justicia, solidaridad y derechos humanos, porque la desigualdad sigue siendo generalizada en todo el mundo tanto a nivel micro, como en el caso de la violencia contra las mujeres, como a nivel macro que se manifiesta en el maltrato a minorías, la corrupción, el acaparamiento de tierras, las diferencias de ingresos y consumo, así como las escandalosas diferencias de oportunidades tanto entre países como dentro de cada país.

Una crisis de civilización

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el significado de la palabra crisis hace referencia a una «mutación importante en el desarrollo de procesos o situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese. ». El término crisis se asocia por tanto al concepto de cambio, alteración, transformación, metamorfosis y posee más bien un carácter de duda, incertidumbre, de peligro de supervivencia.

Esto ha llevado a muchos teóricos, entre ellos a Edgar Morin a decir, que todas las crisis, ya sean referidas a estructuras biológicas, psicosociales o socioculturales encierran en su interior, tanto aspectos negativos, como aspectos positivos. Positivos en cuanto las crisis pueden evolucionar hacia cambios cualitativos e integradores de viejas contradicciones e insuficiencias del sistema, dando lugar incluso a sistemas nuevos. Negativos porque toda crisis supone perturbaciones funcionales, procesos de desgaste, carencias, contradicciones que se presentan como insalvables y que originan ostensibles daños en las estructuras de conservación y mantenimiento de los sistemas, dando lugar en su caso, a la muerte del propio sistema.

No obstante, aunque la naturaleza de toda crisis nos remita al concepto de riesgo y oportunidad, sus impactos y resultados son siempre asimétricos. Así por ejemplo, en la actual crisis económico-financiera de 2008 los poderosos y enriquecidos salen de ella con más poder y riqueza del que tenían antes de la crisis, mientras que los débiles y empobrecidos aumentan cuantitativa y cualitativamente su pauperización y debilidad, multiplicando exponencialmente el caudal de dolor y sufrimiento humano en todo el planeta.

Sin embargo las crisis no son necesariamente el preludio de una catástrofe, ni mucho menos la apocalipsis que anuncia la destrucción total, como algunas veces se nos presenta de forma interesada por aquellos que intentan matar la historia y reducirla a neoliberalismo o fundamentalismo. Por el contrario, toda crisis puede servir para crear el clima o las condiciones necesarias para el surgimiento de elementos y estructuras nuevas capaces de generar respuestas originales para hacer frente a las patologías o disfunciones que el organismo o sistema presenta. Y este es el caso de la metamorfosis, ese proceso biológico que tan acertadamente utiliza Edgar Morin como metáfora para mostrar que la esperanza nace en el seno de la desesperanza y que la creación nace en el interior de la destrucción porque nada hay irreversible.

¿Acaso hay algo en la naturaleza o en la sociedad que permanezca inmóvil? La vida, la estructura de la materia, la sociedad, el ser humano y el universo entero son movimiento, dinamismo, cambio. Creer que la historia ha finalizado con la civilización industrial o que sencillamente ha muerto porque no hay otro sistema civilizatorio que no sea el que se asienta en el modelo liberal-capitalista, es en principio, ignorar una obviedad: que naturaleza, sociedad, cultura y seres humanos son algo vivo, algo que se construye, destruye y reconstruye continuamente.

Fuente: Tendencias21


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